El ciclo de la transmisión de la propiedad: Cadenas de escrituras e inscripciones.

Corría el año 1890; en aquel tiempo, el tío Crescencio, en Alcalá de la Selva, compró unas tierras a un masovero, cerca de los Estrechos, en la vega del Río Cabra. Era una huerta fértil que se disputaban muchos lugareños. Sin embargo, Crescencio, persona cauta y calculadora, había esperado la ocasión y había conseguido hacerse con ellas.

   El trato se cerró con un apretón de manos. Cuarenta duros fueron la causa. A la semana siguiente, Crescencio y el vendedor firmaron la escritura en Mora de Rubielos, en la notaría. El Notario, Don Antonio, auxiliado de su escribiente,  Mercedes, plasmó en la escritura aquel pacto de caballeros. Como únicos testigos, un candil, un tintero y una pluma. Entonces las escrituras se escribían a mano. A los pocos días, el Registrador había incorporado a sus libros aquella compraventa. Eran tiempos de Historia, una que Notarios y Registradores escribían de la mano, conscientes, cada uno, de la importancia de sus trabajos y del servicio que prestaban a la sociedad española; una sociedad rural, luchando hacia el futuro.

   Al cabo de la vida, Crescencio dividió sus propiedades entre sus hijos. Hizo testamento y en la partición, entre hermanos, Córdula, la mayor de sus hijas, se adjudicó aquellas ricas tierras de la vega del Río Cabra. Las cultivo con cariño, como tributo al esfuerzo que había empleado su padre en tenerlas y converservarlas para transmitirlas a los que le siguieran en el curso del río de la vida.   Sigue leyendo  →